Hace mucho tiempo, en la antigua zona lacustre de Xochimilco en el centro de la región denominada México en el planeta Tierra del Sistema Solar de la galaxia Vía Láctea en el universo conocido #67389 un joven aprendiz de Sith recibió su credencial para votar en elecciones para elegir a un representante de la comunidad quien ostentaria el gran poder de la nación y con ese poder realizaría los cambios necesarios para asegurar la comodidad y seguridad de las personas a quienes representa. Estos comicios se realizan en periodos de 6 años terrestres. Es decir, el gran Tlatoani o Presidente se elige, sin importar si realizó bien o mal su trabajo, cada seis orbitaciones de la Tierra al Sol. El joven Sith creyó en la promesa de la democracia. Y votaba pensando que aquel por quien sentía empatía y creia que el discurso era más que un discurso, era una promesa, palabra sagrada. Resultó ser que cada Tlatoani prometía lo mismo y de lo prometido cumplía menos de la mitad. La realidad del ya caballero Sith fue haciendo más cruenta y al convivir con distintos sectores sociales del gran mundo de México se percató que las promesas y los hechos eran dirigidos a grupos específicos y favorecía a grupos específicos con el fin de crear simpatías las cuales al siguiente periodo devolverían los «favores» con el voto al candidato del partido o secta del Tlatoani en gestión.
Asco he sentido desde que abrí mis ojos y me percate que la clase política es la misma siempre. Que su interés es obtener dinero y beneficios por desempeñar los puestos públicos que la nación les otorgó. Y que por tanto la ineficiencia en la gestión de recursos y servicios del estado se debe a este grupo de parásitos. Por tanto votar por perengana, mengana o fulano me resulta lo mismo: Promesas que no se cumplen y un país cuya situación (económica, laboral, vial, social) no cambia. Dónde el pobre es más pobre y la ignorancia cada vez es más predominante.